“¿Usted siempre dirigiendo LA PRENSA, don Jaime? Yo leo a diario su columna director. Y decía qué pasa con don Jaime, ya no viene a cortarse el pelo; ahora su hijo Jaimito también ya grande y tampoco se corta. Buena columna esa, don Jaime; acá en la peluquería todos la leen”. Como es obvio, no se trata de una conversación frecuente, porque en efecto el pelo crece por cuenta propia, y uno se siente cómodo con eso de dejarlo crecer en libertad. Antes eran solamente las mujeres las que no tenían tiempo ni para el peluquero. Ahora nosotros tampoco lo tenemos. Y es que el tiempo no es oro, como sabemos de verdad los que tenemos que vivirlo. “¿Cómo hace usted para darse tiempo, Cisneros, y escribir un día en serio y otro sonriéndose, y siempre con buen ánimo? Porque, vea usted, que eso de la Universidad y el periódico, y la política (¡porque a usted le gusta, Cisneros, la política; quien lo hereda no lo hurta!) ¿Y escribe usted su columna por series, o a poquitos?”. Está visto. A uno quieren interpretarlo continuamente, y no hacen el menor esfuerzo por dejar que uno, como las plantas, le haga solo frente a la vida; si hay sol, bajo el sol; si lluvia, bajo el baño refrescante; si hay tormenta, pues sobrecogido por el ulular de “eso”. Siempre están detrás de uno atisbando, prejuzgando, abogando todos los días para que uno se comporte como ellos no se atreven a hacerlo. Yo sonrío cuando oigo que hay gentes preocupadas por interpretar lo que decimos o hacemos, lo que dejamos que otros hagan o digan, lo que recogemos del pensamiento ajeno. Sonrío porque he leído ya que quienes se dedican ociosamente a emplear su vida en contar o interpretar el quehacer ajeno, están destinados a vivir en las sombras del olvido, junto con los aduladores y arrepentidos de última hora. Dios es, sin embargo, tan misericordioso, que tal vez de ellos sea también el reino de los cielos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario