De un tiempo a esta parte, todo es en los cinemas incendio y velocidad extrema, viejos temas de guerra inminente, soberbia humana, impúdica exhibición de la fuerza bruta. No hay descanso. Desde las vitrinas nos llaman la atención, en las librerías, títulos incitantes sobre el poder de la mente y el misterio; libros de intriga política están en el otro platillo de la balanza. No hay descanso. Los diarios ya no sorprenden con sus noticias sobre terrorismo y guerra civil, sobre tráfico de drogas y secuestros, sobre intransigencias de las grandes potencias, sobre traiciones y subversión. No hay descanso. La crónica hospitalaria sigue acrecentando méritos para la historia: casos de tuberculosis, epidemias infantiles, mortandad. La crónica policial no va a la zaga: heridos y muertos, asaltos, trampas que los hombres tienden a sus propios hermanos. ¡Ya no hay descanso! Pero en alguna modesta escuela, algún niño estará aprendiendo con sus primeras letras a labrar el destino de la humanidad. Quizás intuya una leve efusión de la sangre, tal vez se sienta triste porque no ha podido comer el alfajor que sus ojos apetecieron en la pastelería. En él, sin embargo, estará incubándose (¡ojalá!) un hombre de ciencia que mañana ha de contribuir al sosiego del cuerpo y del alma. En algún desconocido hogar, algún muchacho estará salvándose de esta hora, hundido en la meditación de los libros; en él reconocerá mañana la humanidad al hombre que, con lucidez, hará frente a los problemas del próximo siglo. Pero ahora no hay descanso. Ahora todos estamos confundidos por este clima de escarnio en que se ha convertido la vida del hombre. Pero felizmente, a lo lejos, alguien canta. A lo lejos.
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