martes, 8 de febrero de 2011

Columna 56: El pulso cívico del pueblo



Para entonar el pulso cívico del pueblo, tan necesario, no basta prever su espíritu desprendido y generoso. Hay que mantenerlo vivo, alerta. Para convocarlo a las grandes victorias, a la esperanza multiplicada de la patria, no basta confiar en los nombres consagrados por la historia. Todo eso ciertamente nos ilumina. Pero el pueblo mismo necesita cantar mientras marcha, sentirse tocado por la magia de la voz con que la patria nos habla en los momentos inciertos. Para conseguir que el pueblo vibre desde su más remota sangre, debe estar siempre enterado de lo que pasa. Con toda la verdad. Si nos hieren, para que sienta el dolor. Si nos maltratan, para que descubra en el maltrato que le alcanza en qué medida la patria es maltratada. Si nos ofenden, para que se sienta ofendido. Si son descorteces con nosotros, para que advierta que en la descortesía están tocados también los suyos. Y para que comprenda que descortesía, maltrato, ofensa son formas distintas de las que el pueblo mismo ofrece un día y otro día. Cuando nos maltratan los de adentro, debe el pueblo sentirse con derecho a protestar. Pero cuando los de afuera nos maltratan u ofenden, debe el pueblo sentir que se le crispan los puños y se le enciende la garganta. Para todo eso trabajamos también los hombres de buena voluntad. Pero para que la sangre esté lista a brotar ahí donde la herida la llama, debe el cuerpo estar entrenado en la vida. La vida del pueblo se asegura haciéndole partícipe de lo que ocurre.

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