TESTIMONIO PERSONAL


Corría el año 1976 y yo estudiaba, por ese entonces, en la Universidad Nacional de Ingeniería. En la casa de mi hermana, leyendo el diario La Prensa, un día me topé de pura casualidad con la Columna del Director, que Luis Jaime escribía todos los días. Encontré el tema interesante (trataba de los jóvenes universitarios), pero más me impresionó la prosa. Desde ese día, religiosamente esperaba el momento de encontrar la columna. La leía varias veces y la recortaba para coleccionarla. Cuando mi hermana dejó de comprar el diario busqué la manera de agenciármelo. En la universidad encontré un amigo que diariamente compraba La Prensa. Me prestaba el diario y yo copiaba la columna en una hoja de cuaderno.

Hasta que un día Luis Jaime dejó La Prensa y su última columna me mantuvo triste por un tiempo largo (“el manisero se va, y se va contento. Se va con gratitud por todo lo aprendido. Nuevos ejemplos para su vida docente, porque el manisero tiene también su secreto y le gusta enseñar”). Regresó a las aulas universitarias. Pero una mañana de invierno el puesto de periódicos me regaló la alegría de la aparición del diario El Observador, donde en la primera página indicaba que Luis Jaime era el director. Busqué con avidez en las páginas interiores del diario y ahí estaba nuevamente la columna, incólume, como si no hubiese pasado nada, escrita con la misma brillantez por el maestro. Pero como en la vida  todo tiene su final, un día de mayo me encontré nuevamente con la columna de la despedida (“tal vez esta columna cierra un periplo. Me suele ocurrir de vez en cuando. Tener que cerrar la casa en que se ha vivido, la ventana que uno abría diariamente para observar el paisaje”).

Muchos años después escribí a máquina todas las columnas que había coleccionado y las empasté, formando varios tomos de cien columnas cada uno. Numeré correlativamente cada columna para poder identificarla más fácilmente.

Ya he perdido la cuenta de las veces que he releído las columnas. En días aciagos ellas han sido mi apoyo para comprender las cosas y encontrar una luz de esperanza. Su prosa me regaló más poesía que la poesía misma. Ternura a borbotones, para hacernos ver en toda su dimensión nuestra condición humana. Compartí con Luis Jaime su amor y gratitud por Francia y Argentina. En las columnas escribió, magistralmente, sus vivencias, sus sueños, sus esperanzas. Personajes ilustres pasaron por las columnas. José María Arguedas y Ricardo Palma. Raúl Porras y Víctor Andrés Belaúnde. Raúl Ferrero, Harold Griffiths, José Gálvez, Felipe Mac Gregor. Y muchos más. Prosas hermosas, con pocos adjetivos. Y sobre todo, ternura, siempre ternura.

Aprendí a quererlo y admirarlo como a un padre. Mi tristeza llegó hasta las lágrimas cuando leí su columna dedicada a la muerte de su madre (“sol generoso de mi amanecer, cultivó la increíble fragancia de sus manos para nuestra seguridad y nuestro sustento, y para darnos ánimo y coraje oportunos. …No ha habido mujer más linda en la tierra. Aquí bendigo su nombre y le canto, esperanzado, el Aleluya de la Resurrección”).

        He llegado hasta el camposanto donde descansan sus restos. Ya ha terminado la ceremonia del sepelio y en el lugar ya no queda nadie. Un ramo de flores blancas acompaña a la losa donde está escrito su nombre. En lo alto, el sol brilla intensamente. He quedado solo, solo, en mera soledad, frente a Luis Jaime. Hay silencio. Y en el silencio escucho el sonido de su voz querida. Le hablo, calladamente, con palabras que un hijo quiere decirle a su padre que se va. Le digo que su recuerdo y sus columnas estarán siempre conmigo, calentándome la vida. Y le sonrío, con mi sonrisa más tierna, para que lea mi gratitud en la mirada.

¡Dios te bendiga, Luis Jaime!


Elmer Carrillo Huerta
22.01.11
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No solamente debemos recordar a Luis Jaime Cisneros como filólogo, lingüista o ejemplar maestro. Hay que estudiarlo desde su convicción de humanista. Así lo dicen sus columnas, sus ensayos, su vida misma. Ahí hay tarea para nuestros profesionales de las disciplinas humanas. La historia del Perú lo recordará como el pensador que supo mantener tercamente sus convicciones, su fe, su esperanza en el hombre.

A un año de su muerte, Luis Jaime sigue presente en nuestro recuerdo. Haciendo una analogía con lo dicho por el padre de la Química Moderna, Lavoisier (“la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”), de Luis Jaime podríamos decir: “El pensamiento no muere, sólo se transmite”. Y Luis Jaime se ha transmitido y vive en cada uno de quienes aprendimos a quererlo y admirarlo, como maestro y amigo.

¡Dios te bendiga, Luis Jaime!

Elmer Carrillo Huerta
20.01.12
 

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