jueves, 17 de febrero de 2011

Columna 100: Compartiendo la vida


La vida no nos ha sido dada para nosotros, sino para compartirla con nuestros hermanos y ayudar, en común esfuerzo a construir el porvenir. En ese porvenir se afirman nuestros hijos. Para ofrecérselos limpio, debemos asegurar el adecuado clima de concordia. Y para conseguirlo debemos empeñarnos los peruanos, por encima de toda vanidad y de toda intemperancia, por encima de toda momentánea pasión o discrepancia. Si nos preocupa el Perú, es porque el futuro de nuestros hijos está en juego. Sólo el recto juicio y la serenidad de los hombres maduros constituyen en esta hora el ejemplo y la norma eficaz. Serenidad, para caminar con los jóvenes hacia el futuro. Serenidad porque lo reclama el ejemplo de esperanza que debemos ofrecer. Nosotros estamos cediendo el paso. La historia del Perú que construimos no se hace sin la generosa juventud. En las avanzadas de toda lucha liberadora hubo siempre sangre juvenil, y el país está  ciertamente orgulloso de aquellos que con valiente coraje sellaron el camino que fue abriéndole surcos a la dignidad humana. Hoy aspiro a que reflexionemos todos, por encima de cualquier propósito de escándalo, más allá de toda deleznable razón momentánea, para que alcancemos a presentir, desde este lado del tiempo, lo que puede significar el encono, que sólo ha de alimentar la insaciable codicia de los lobos que nos circundan. En esa juventud está nuestra esperanza. En nosotros debe estar, por eso, la reflexión y la tolerancia. Es en el rostro de los jóvenes donde se repite la promesa de una patria profunda.

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