Hay libros donde todo está dicho, y nada debe poner el lector. Ahí está lo importante en negrita, lo más pintoresco en recuadro. Cuadros sinópticos, fotografías, dibujos completan la bondad del libro. O sea, todo listo para que la vista lo reciba y la memoria ejercite su trajín. Nada queda en duda: está eliminada del conocimiento. No sirven esos libros para aprender mucho. Libro que no deja dudas, sólo para la escuela primaria. La duda es el principio del conocimiento. El conocimiento es relativo. Los libros deben ofrecer caminos diversos para alcanzar el conocimiento, y luego de llegar a él deben entrenar al lector para que lo someta a discusión, a prueba, a conjetura. Lo ve bien el muchacho que llega a la Universidad y confronta esta realidad con sus libros escolares. Ahora no todos los libros dicen las mismas cosas sobre los mismos asuntos. Cada manual nos descubre perspectivas distintas. La uniformidad para el conocimiento que había propiciado la escuela, se convierte ahora en una necesaria opción. Ahora el alumno descubre que puede participar en el conocimiento, que contribuye a él con sólo reflexionar pues a veces la reflexión puede alcanzar a modificar, a recrear, el conocimiento adquirido. Gran descubrimiento: el conocimiento no era absoluto. Era perfectible. La memoria era apenas un auxiliar poderoso. Claro que servía para retener. Pero no permitía abrir surcos, trazar nuevos caminos, aventurar hipótesis por cuenta propia. Qué gran descubrimiento para el muchacho estudioso: sin su preocupación constante no habrá para él teorías nuevas, sin el análisis de los hechos no habrá progreso, sin la experimentación no existirá modo de perfeccionar el conocimiento. La discrepancia y la duda resultan elementos indispensables para la exploración de la verdad. El conocimiento no está endeudado al profesor ni al libro. El estudio no está, pues, reducido a la ostentación de una minoría privilegiada, sino a esta hermosa fatiga de un día y otro día, en que la curiosidad nos conduce de conocimiento en conocimiento, y nos lo mejora aun cuando nos obliga a desecharlo y reemplazarlo por otro, mucho más firme. La vanidad no tiene sitio en esta competencia. Ni la vanidad ni el miedo. El miedo no es ingrediente del que busca la verdad: nadie puede contra ella.
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