sábado, 23 de abril de 2011

Columna 102: El arma de los jóvenes


Ya nadie se sorprende cuando el “servicio a la comunidad” interrumpe una audición televisada. Sabemos de qué puede tratarse. Alguien ha perdido un valioso maletín. Una anciana no ha regresado al hogar. El perro mimado de la criatura escapó (es un decir) y se implora su regreso. Un auto ha sido plagiado. Nada de eso alcanza a conmovernos. Ni siquiera podemos recordar los números telefónicos que ahí mismo nos sugieren. Siempre me persigue solamente un tipo de noticias: alguien ha abandonado el hogar, y tiene menos de veinte años. Los pocos datos nos hacen pensar en el estudio, en el amor, en el temor profundo. No hay números telefónicos para llamar. A veces una foto deslucida de lo que fue años atrás, cuando no era lo que es ahora; sin embargo, ya en sus ojos se nota el anuncio de la frustración, la perplejidad en acecho, la desazón a cuestas: es decir, esta noticia que ahora estamos escuchando. En ese instante desearía que todos los muchachos del mundo pudieran llevar consigo misteriosos e imperceptibles transmisores para que, en momentos de angustia y de apuros, pudieran oír la voz de alguien que los acompaña para decirles que todo lo de esta época es pasajero, que el arma juvenil es la esperanza, y que ésta se conquista a base de coraje y de fe en uno mismo. La verdad va con nosotros caminando, pero no tiene la forma con que la pintan los demás. La vamos haciendo a fuerza de buscarla. Y está llena de luz.

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