¡Qué bien, las revistas! Cada una, en lo suyo. Todas, en sus trece. Que es como debe ser. ¿Que no le gusta al Ministro la caricatura que le han hecho? ¿Pero acaso se acuerda de la foto que su mamá guarda, de cuando era chiquito, con trajecito de marinero? ¿Y qué, si algún día encontramos aquella en que estaba disfrazado de “pierrot”, como la que mi madre exhibe ufana para dirimir la génesis de esta columna? No hay nada que hacer. Unos somos fotogénicos a rabiar. Otros apenas si caricaturizables (ya por el bigote, ora por la nariz, de pronto por las grandes cejas; quién por la estatura, por lo gordo, por lo flaco, por lo malhumorado). Y si nos molesta, es porque no somos capaces de ser objetivos y reconocernos. ¿Ha oído usted alguna vez su voz grabada en disco? Pues es usted el primero en preguntar de quién esa voz, con gran sorpresa de todos los que lo han reconocido. La voz que creemos nuestra es la que ilusión y fantasía inventan para nuestro propio beneficio. Los demás nos oyen la verdadera. La foto nos muestra tal cual somos, a pesar de que tomemos todas las precauciones (peinecito, pañuelo, perfil de la camisa) para aparentar. La caricatura también. Bienvenida las revistas: las que piensan como nosotros y las que piensan totalmente al revés, las que protestan y las que aplauden. Las que han salido y las que surgirán. Tenemos que aprender todavía que el mejor testimonio de un socialismo humanista radica en la libertad de expresión. Si la lucha es por ideales, pues a pelear. Sólo está vedada la apatía. Anuncia la oscuridad y la muerte.
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