martes, 8 de febrero de 2011

Columna 24: La propaganda


Sigue siendo este siglo, época de contrastes violentos: Biafra, Viet-Nam, Palestina, Irlanda, Líbano, Argentina. En algún lado del mapa: lepra, terremotos, tuberculosis. En otro extremo: miseria, analfabetismo, hambre. Pero también cercado por ese agreste telón de fondo, el hombre. Y con el hombre, el amor. Y con el amor, el deseo de justicia y de paz. Y con el hombre, muchas cosas más. ¡Ah, pero también con el hombre, el ansia de poder! Y con el poder, la propaganda. Nadie sabrá con exactitud en qué medida el conocimiento y la credulidad del hombre están endeudados a la propaganda. Hemos terminado por vivir en el mundo de una nueva fábula gigantesca. La fabulación está a la orden del día. Sembramos papas gigantescas, cosechamos camotes extraordinarios, diminutas sandías, zapallos imperceptibles. No podemos distinguir la verdad y la mentira, la realidad y la farsa. Lo que parece ser el conocimiento es apenas una torpe y descarada imitación de la apariencia. Lo aparente se asoma con visos de realidad. La realidad se esfuma. No conocemos, por eso, la felicidad. Nos conformamos estúpidamente con el éxito. ¡Cómo si durara! Pero como no dura, estamos a cada vuelta de esquina cariacontecidos, inermes, mascullando insolencias y culpando de tanto desastre al Gobierno (porque entre las cosas que la propaganda ha inventado en este siglo, está la de que el Gobierno es culpable de todo lo malo que sucede), aunque nadie se echa nunca a averiguar en la cuenta de quién cargamos lo bueno e inesperado que nos ocurre. Pero la providencia nos dará todavía oportunidad para el arrepentimiento. Con eso no cuenta la propaganda, porque Dios no tiene agentes de seguros acá en la tierra. Sólo tiene amor y misericordia. Y nos está esperando.

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