No sospecharon tal vez los bandeirantes cómo extendían hacia varios horizontes la esperanza de un Brasil que crecía con sólo su entusiasmo allá en los mapas. País de realidades y promesas, hecho para la melancolía y el ensueño, pero fraguado también en fornidos aceros. Paisaje amable para los ojos, inacabado paisaje para recreo del corazón. Brasil es también la pujanza de ciudades industriales cuya realidad rivaliza con los sueños más audaces. Lo ilustraron desde siempre la música de Villalobos, el pincel de Portinari, la gracia móvil de aquella Carmen Miranda, la sagacidad de un Mello Franco, la persistente melancolía de Goncalves Días, el genio de Ruy Barbosa, el lenguaje de Manuel Bandeira (nunca suficientemente loado). Tierra extensa de corazón febril. Tierra que crece bajo el influjo de hombres que, desde que nacen en su cálida tierra, tienen saudades de una eternidad que cada cual se empeña en prolongar. Decimos firmeza en andar, y decimos Brasil. Decimos esperanza, y otra vez Brasil. Venimos mirándonos desde hace siglos, compartiendo la penumbra de los árboles gigantes y la melancólica tristeza de algunos cantos. Estamos hermanados desde hace mucho, muchísimo tiempo.
Esta columna se publicó el 4 de noviembre de 1976, un día antes de la entrevista que tuvieron los presidentes de Perú y Brasil. Las dos siguientes columnas también se refieren al mismo evento.
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