martes, 8 de febrero de 2011

Columna 44: Jardines en la Universidad


Cuando usted atraviesa una ciudad universitaria, no sólo le dan a usted idea de estudio las aulas y los laboratorios, ni las populosas bibliotecas, ni siquiera las explicables asambleas estudiantiles en que, ya no Sócrates pero sí sus repetidores modernos, consagran la vocación de los muchachos por la discusión y la polémica. Nada de eso habla con tanta elocuencia sobre la vida espiritual como contemplar el escenario en que todo ese maravilloso mundo desarrolla su vida. Cuando usted, amigo mío, atraviesa una ciudad universitaria y descubre jardines y flores por doquier, agua que riega a borbotones, con tanta vehemencia, por acequias bien conservadas, tiene derecho a creer que la Universidad es realmente una casa de humanidades. Ahí está el hombre entero, con su saber y su total naturaleza. No dude usted nunca, si encuentra una ciudad universitaria como ésta de que le hablo: ahí se trabaja y se sueña, ahí se forja el porvenir en silencio. Si usted no tropieza con jardines ni flores, ha de tropezar con aulas desordenadas, vitrales ausentes, edificios descuidados, manchas desordenadas sobre la pared. Entonces, usted tiene, amigo mío, derecho de llorar por el porvenir: no por esta casa circunstancial de ahora, no por los jardines ausentes de hoy, sino por las almas muertas del futuro que no podrán ayudar a nuestros hijos a construir la patria de los grandes sueños. Cuide usted, por eso, el amor a las flores en la Universidad. Estará usted ayudando a cuidar el corazón y la ternura: la capacidad de ser hombres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario