martes, 8 de febrero de 2011

Columna 59: Los intelectuales



¿Alguien ha oído hablar bien de los intelectuales? Una vasta biblioteca repleta de anatemas podría ilustrar, tal vez, lo que mucha gente opina de ellos. Están demás. Son como la peste. Molestan. Contagian. Irritan. Los poderosos los alagan. Los gobernantes los temen. El intelectual ignora el elogio o el vituperio interesado, y procura salvarse del escándalo refugiándose en la verdad, huyendo de lo sucio y oscuro, censurando la apariencia. Lo grave es comprender que el intelectual sea partidario también del humanismo y admitir que no hay en ello contradicción. ¿Por qué no abraza, mejor, una ideología concreta? Es que el humanismo está por encima de las ideologías al uso. “¿Pero es usted, o no, un hombre comprometido con sus ideas? Y si lo es, ¿por qué camina usted con tirios y troyanos?”. Pues precisamente por eso. Pocos advierten que esta calificación alude a dos bandos de una Grecia dividida. Yo prefiero andar con los griegos, así a secas, que constituyen una realidad más firme y duradera. El humanismo busca la plena realización del hombre. Sin cortapisas. Sin interpretaciones de última hora. Como quisieron los griegos empeñarse en ello. Sócrates fue un hombre entero. Ya no está. Aristóteles fue entero también. Tampoco está. Todos los hombres queremos realizarnos. Algún día no estaremos ya. Pero nuestra persistencia justificará la existencia de otros hombres que seguirán sufriendo improperios y defendiendo lo que sólo el hombre puede defender: el espíritu.

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