martes, 8 de febrero de 2011

Columna 61: Odio y rencor en los niños

Dicen los cables que los niños libaneses viven sentimientos de jungla. Odio y rencor. Sobre ellos no habrá modo de construir la paz ni asegurar la alegría infantil. Es decir, se cierne la oscuridad sobre esos corazones. La oscuridad no permite iluminar el porvenir. Y es en el porvenir donde se han de juntar tantos niños para asegurar la paz del mundo, que nosotros manchamos con nuestra discordia y nuestros afanes mercantilistas y nuestras caducas ideologías. Pero si los niños se ven visitados por el rencor, es muy cierto que a los adultos nos corresponde tarea gigantesca: despertar la luz en esos corazones, asegurar la fe por sobre tanta matanza, levantar un grandioso movimiento de esperanza que comprometa a todos los niños del mundo. Porque se trata nada menos que de asegurar la paz venidera, el mundo de esos niños (el mundo de nuestros hijos, amigo lector). Si no hay paz en alguna zona de Europa, no hay paz en Europa. Si no la hay en alguna zona de África, no hay paz en África, pero si no la hay en alguna parte de la tierra, no hay paz en la tierra, amigo mío. No hay peor noticia que esa. Peor que si nos dijeran palabras como cáncer o lepra. Los cedros del Líbano fueron testigos en la historia de hermosas jornadas de paz. Deberían abrirse todas las fronteras de los pueblos para que los niños de una y otra parte del mundo se visitaran, a fin de contagiarse un renovador sentimiento de alegría, una sangre gozosamente infantil, es decir, creadora.

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