“¿Por qué no protesta usted contra la carestía y las medidas, por qué no acusa usted en voz alta en lugar de hablar de los muchachos y del Quijote? ¡Salga usted de los molinos de viento y por lo menos agite las aspas con violencia para que pueda haber, por lo menos, harina para el pan! Los muchachos, al fin y al cabo, ya crecerán, y aquello del tercermundismo y la no alineación es canto de sirenas para los cándidos. Anímese, proteste a tambor batiente, súbase al carro de los triunfalistas, haga algo, por favor, pero con estridencia”. A cada rato los oigo, a cada instante los veo. Y no sé si leen de verdad los periódicos de otros países, donde no hay parametrados ni socializados. Y no sé si se enteran de cómo andan las cosas por otras partes. Cómo anda ahí donde se llaman capitalistas, y donde se llaman comunistas, y ahí donde no quieren llamarse ni lo uno ni lo otro. Han dejado de nombrar a mi papá, y ahora sus alusiones son más generales. Si lo que nos falta ahora es lucidez, pues lucidez. Si lo que sobra es alarma y agitación, ¿a qué echar leña a un fuego que no ha de alumbrar camino alguno? Difícil la situación, y por eso se reclama de sentido cívico, de preocupación patriótica. Hay que ser cautos, hay que ser honestos con la voluntad de cambio radical. Pues no hemos salido de la oligarquía de los terratenientes para caer en la de los tecnócratas. ¡Protestar! ¿Contra quién? ¡Y aplaudir! ¿Pero, aplaudir a quién? La hora es de reflexión y madurez.
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