De pronto usted no sabe que el humanismo implica universalismo. Por eso pongo en duda todo humanismo que se opone a una visión científica universal. Para el humanista el hombre debe ser responsable por sí mismo; de ahí que todas sus acciones representan en realidad (son, en verdad) sus propios valores. Rechaza la visión universal sobrenatural como algo establecido. Cree también que la ciencia y la razón constituyen la mejor manera de resolver los problemas humanos, y son los únicos que pueden ayudar a mejorar la calidad de la vida del hombre. Lo que hace la persona, y no quién es, resume sus valores. No hay hoy humanista que no piense, por eso, que el hombre es susceptible de cambio. Los encontramos en todo ambiente, en toda especialidad. Hay psicólogos humanistas, médicos e ingenieros, economistas y pedagogos, y hasta políticos. Esto es lo que explica la extrema sensibilidad que para todo cuanto pueda tipificarse de humanismo denuncian algunos medios universitarios latinoamericanos. Ser “humanista” es calificación sospechosa para muchos. Lo es más en círculos allegados a la Psicología. Es que el humanista es siempre pluralista y tolerante. Y nada hay que exacerbe los ánimos como la tolerancia, en hora en que los audaces quieren treparse a los árboles con ánimo de comprobar que el bosque está incendiándose, y quieren hacerlo ahora y no más tarde, y quieren que trepen muchos sin advertir que el árbol puede ser abatido no precisamente por el fuego sino por la impaciencia y la avidez. Un humanista, en cambio, es hombre orientado hacia la acción. El hombre es un ser que hace, crea, construye, piensa. Quien no lo comprenda, no es humanista. Quien no lo acepte puede decir sin rubor que le es ajena la vida del otro. Y ojalá pueda sonreír.
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