¿No ha padecido usted nunca dolores metaméricos? Amigo mío, no sabe usted lo que es una enfermedad esdrújula. Cambie usted de médico si el suyo no conoce esta hermosa realidad. Lo que es a mí, apenas me dijo mi traumatólogo amigo que mis dolores eran metaméricos, me sentí en consonancia con el viejo padre de Ulises. ¡Las metámeras, mi amigo, las metámeras! Nada de esos términos socorridos y manoseados de apendicitis, osteítis, piodermitis, nada de eso. Metaméricos dijo mi doctor, y metaméricos son los dolores. Lo único que cabe discutir es si constituyen una enfermedad profesional porque, dado el enfermo, habría cierta dificultad en descubrir cuál es la profesión que los ha causado, si la natural o la postiza. Por el lado de la filología, no me siento defraudado, porque el diccionario en que se refugia mi diminuta erudición me obsequia con esta verdad: todo eso me pasa por tener una estructura bilateral. Ahora que cada cual se empeña en pertenecer a uno u otro lado, el médico descubre que soy bilateral. Dolores metaméricos. Amenos y soportables son. Lo recorren a usted de lado a lado, suben y bajan con acentuada y coherente parsimonia, y sobre todo con estudiada simetría, a ritmo allegro ma non troppo. Se los deseo a usted, amigo lector. No disuenan con nuestra hermosa condición humana. Habría sido mal sonante que nos diagnosticaran otra clase de esdrújulos: no le deseo a usted nada metanéfrico ni metaneumónico, que son de la misma clase acentual pero de naturaleza distinta de los que mi traumatólogo me asigna. Si a usted le agradó la Química en la escuela, pues está usted en su salsa; y si le gustó la Biología o la Zoología, pues con los dolores metaméricos tiene usted para reírse de la situación económica.
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