sábado, 23 de abril de 2011

Columna 106: El Colegio y las vocaciones


No suele enterarse la opinión pública sobre las vocaciones de los estudiantes. El hogar las fomenta con criterios ingenuos muchas veces: o médico, porque el papá lo es o porque no pudo serlo; o abogado, para que herede el estudio del único tío soltero; o arquitecto, porque el muchacho tiene aptitudes para el dibujo, según afirman compañeros y maestros. Ya sabemos que lo que diga el muchacho, lo que sueñe, no parece contar por lo general: es jovencito, casi siempre desconversable, sin experiencia, y no sabe lo que quiere. Los otros tampoco lo saben. Pero no es de eso que quiero hablar. Quiero hablar de lo que hace el Colegio en relación con la vocación. Le propone una serie de conferencias de gentes especializadas: el muchacho asiste con interés, si la hora lo facilita (con desgano y sueño, si la conferencia resulta postprandial), y se entera de lo bien que le va al conferenciante con su profesión, y de lo que ella brinda como posibilidad de hacer frente a la vida. Pero cuando uno tiene quince años, nada de eso interesa. Sobre todo, no interesa la retórica. Cuando uno tiene esa edad, y tiene además no muy buenos profesores en Ciencias, no tiene cómo saber que “eso” que siente puede ser, bien encausado, una vocación por las Ciencias Físicas, por las Ciencias Exactas, por las Ciencias Naturales (para decirlo con vieja calificación tradicional). No tiene cómo saber que la Física es, tal vez, un nuevo horizonte de las Ciencias Humanas, puesto que con sus avances las ha iluminado. Si un filósofo ignora quién es Heisenberg desconoce muchas cosas de la propia filosofía. Y si un muchacho no recibe esa perspectiva, si nadie le abre esa ventana para que descubra el horizonte que estaba buscando, muy triste será el porvenir de la Ciencia en el Perú.

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