Saqueo en Nueva York. Como en cualquier parte. No es privilegio de los pueblos en desarrollo. No es privativo del tercer mundo. Saqueo grande, a interpretación de los entendidos. El lector comprende enseguida que en todas partes se cuecen habas. Porque hay que sonreír frente a las sesudas reflexiones de los ideólogos de una y otra tendencia. Que son protestas decididas contra la pobreza y contra el racismo. Que son el resultado de la actitud tolerante del gobierno. Unos postulan como remedio un plan organizado de vivienda y de empleo, en tanto que los otros exigen el imperio de la ley, pretexto ideal para el uso de la fuerza. En todas partes, amigo mío, estamos en la misma encrucijada. Por eso es absurdo empeñarse en creer que todavía la lucha está entre esos extremos que asustaban a nuestros abuelos. Hemos perdido tantas cosas en los años últimos, que el horizonte está nuboso y enmohecida la imaginación. Nadie quiere creer en los gobiernos, y nadie cree en realidad en los planes de las organizaciones políticas. Es que, en el fondo, hemos ido perdiendo la fe en el hombre. Es la que tenemos que recobrar. Una fe en el hombre nos devolverá la luz. Esa fe necesitamos aprender a buscarla en los jóvenes, que no tienen manchado el rostro ni por la humillación ni por la vergüenza, que son puro arrojo y pura irreflexión, pero están hundidos en el escepticismo. Necesitamos aprender a mirar en lo hondo de su retina, y descubrir en su dormida esperanza la faz del porvenir. Con ellos, y solamente con ellos, el Perú adquirirá su imagen real.
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