domingo, 24 de abril de 2011

Columna 115: Ayudando a los muchachos


Qué difícil es, señora mía, hacerse a la idea de que el muchacho termina la secundaria y se escapa de eso que a usted tanto le atrae: el control de la vida escolar. Es inútil que me lo explique usted, porque lo tengo grabado de memoria en la mollera. Lo que ocurre es que el modo como nosotros medimos el tiempo no es el de ellos; el celo que nos enseñaron en el colegio a poner, con relación a nuestras obligaciones, no es el celo de hoy. Y no puede usted competir con la nada, señora mía. No funciona aquello de hace tantos años. Pero no desespere; el muchacho saldrá a flote. Y déjelo por lo menos unas semanas tranquilo, para que mida él solo si irá a una academia, o si se preparará solo. Déjelo. Y no se lo digo porque ya tenga él su libreta electoral, sino porque tiene que aprender a realizarse. La mejor ayuda nuestra es estar ahí alertas, atentos, gozosos, confiados; con gana de intervenir, pero sin intervenir; impacientes por llamar la atención para que no se equivoque. Se va a equivocar, señora mía. Pero esa equivocación es la que hará que usted reaparezca en la imaginación de él, como la sonrisa esperada para acompañarlo a sobrellevar el contratiempo. Usted, como yo, como todos nosotros, debemos estar ahí prontos para aparecer como la sangre en la herida: ni antes, ni después. Pero es que los años de hoy no son los de ayer. La palmeta no existe. Ahora existe la consciencia de sí mismo. Y es importante, amiga mía. Si es su único hijo, es tremendamente importante.

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