¿Quién dice que ideología es lisura? Ni lisura ni pecado mortal, mi amigo. Por haber tenido la propia en su primera fase, están ahora San Francisco y Fray Martín en su segunda fase celeste. No, señor, tres veces no. No te dejes meter miedo, muchacho, con eso de que la ideología te pierde. Lo que nos diferencia de los animales es precisamente la ideología. No habrás oído hablar de la ideología del rinoceronte, ni siquiera existe la del gato, espanto de pericotes. Hay que tener ideología, por cierto. Eso sí, la ideología no se encierra en siglas. No es maná para engolosinarse y empacharse. Ahora que has sacado tu libreta electoral, muchacho, debes comenzar a abrir los ojos. Abrir los ojos, y leer. Abrir los oídos, y escuchar. Sobre todo escuchar. Pero con tu cabeza, con tu razón (aunque te equivoques, al comenzar). Con tus propias entendederas. Una ideología en cierne no obliga a inscribirse en ningún sitio; puedes descubrir más tarde que era una ilusión y no alcanzaba a ser una ideología. Los interesados te harán creer que sin ideología no podrás votar. Mienten, muchacho, mienten. Para votar hay que tener ideas claras. Tener ideas claras no implica necesariamente inscribirse en una tienda política. Si crees en la justicia social, ya tienes una idea clara. Si crees que hay que reformar algo (o que, tal vez, debe quedarse como está) tienes clara idea de lo que quieres. Una ideología, señora mía, como usted ve, tiene que ver con el hombre, y no con los partidos políticos. Con el hombre, y no con cucufaterías de una u otra ralea. Con el hombre; es decir, con usted, con su vecino, con los negros, con el campesino, con el enfermo, y hasta con todos los enemigos de usted que ahora mismo están gritando a favor de que toda ideología es perniciosa y que sólo hay que decir amén para no caer en manos de los vándalos. Los vándalos son los que, invocando a la libertad, no quieren que tengan vigencia los que no piensan como ellos. La ideología supone al hombre, señora. Y los vándalos, después de todo, hoy son andaluces.
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