Cuando vine a sentarme en esta casa, supe a qué venía. Ni me lo oculté ni me dejé engañar. Puse empeño en mantener mi vida académica, para que nadie pensara que no era capaz de admitir el riesgo. Supe también que no era por mi linda cara, ni porque yo tuviera dedos de organista para este singular oficio. Tampoco me engañé al respecto, ni dejo que la gente se engañe. Este escritorio sirve para muchas cosas desde que estoy en él: muchas de ellas suelen insinuar la imagen de un poder oculto. Sirve además para recibir todas las revistas y leerlas sin tener que invertir un sueldo en adquirirlas. Han tardado mucho en decir las cosas que dicen. Arriesgan ellas también su parte, por supuesto. Unos avientan adjetivos, otros usan la hipérbole, todos (y mal) las metáforas baratas. Desde este escritorio, todo eso se lee con la necesaria prudencia y el imprescindible escalpelo. Profesionalmente estoy habituado a mondar las cosas para quedarme con el meollo: el Arcipreste es viejo maestro al respecto. Con el meollo me quedo. Es decir con los sustantivos. Son pocos desgraciadamente. Tengo el canasto lleno de adjetivaciones, vaticinios, profecías, y recomiendo siempre internarse en el camino de la etimología, que es un buen modo de peregrinar hacia las fuentes. El peregrinaje a las fuentes es siempre necesario para la catarsis. Lo que nos hace falta en este país es aprender a ser tolerantes. Es decir, normales. Es decir, sabios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario