¿Qué siente, qué piensa, qué hace usted, amigo mío, cuando el Canal interrumpe su programa favorito mediante un “servicio a la comunidad”, y le anuncia la ausencia de un muchacho? ¿Se ha echado usted a la calle alguna vez, tras escuchar por la televisión que ha huido un muchacho de su hogar? ¿Alguien lo ha hecho? Pongamos que nos decidimos a hacerlo ahora mismo. Estoy cierto de algo. Estaríamos perdidos. Nuestra perplejidad no tendría límites. ¿Será este que atraviesa, los ojos en penumbra, el Parque de la Reserva? ¿O este que cruza en silencio, envuelto en inexplicable bufanda, las calles solitarias de Chorrillos? O tal vez es este que viene subiendo la cuesta de Barranco, arrancándole silbidos melancólicos a la noche. O este otro que, en La Punta, trata de buscar en el cielo el blanco de la espuma del mar. O aquel que nos reconoce, fuera del aula, entre su bruma de alcohol, en la impensable cafetería. O esta niña, los ojitos de miedo, la boca sensualmente reprimida, que sin reparar en nuestra edad se nos insinúa con voz que en realidad clama por comprensión. ¿Quién de nosotros ha salido en busca de algunos de ellos? ¿Quién está decidido a salir? Estos muchachos nos han de juzgar, sin embargo, mañana, así sin conocernos. Sabrán que los hemos librado a su suerte. Podrán ofrecer valiente testimonio de nuestra indiferencia. Y si esto no es así, ¿para qué se da la noticia? “Servicio a la comunidad” no quiere decir solamente que el Canal contribuye a propalar la infausta nueva. Piense usted, amigo mío, que esa interrupción quiere mucho más. Quiere también tocar alguna fibra de nuestro corazón.
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