sábado, 23 de abril de 2011

Columna 107: La flor de mi jardín


A veces el jardín se llena de flores. A veces, sólo se aprecia en el jardín algún botón tempranero. La casa de cada uno se suele llenar también de flores y alegría, y un botón tempranero puede muy bien sentirse representado por una hija linda que cumple sus años y se asoma con ellos a la vida, inquieta y rebosante de ternura, temerosa de su fe incipiente y repetidamente dominical, alerta a los aciertos que se le festejan y a los deslices y equivocaciones que nos permiten descubrirla en su integridad. La vida está hecha de estas pequeñas satisfacciones, como la de ver que los hijos crecen, y se llenan de gestos que nos remiten a nuestros antepasados, e incurren en frases que habíamos nosotros mismos frecuentado en la infancia, y se empeñan en recitar viejos poemas hoy desusados (pero que nutren la vida familiar). Hoy es un día de esos, y aviento al lector esta alegría interior para que conmigo comparta un resquicio del corazón contento. En horas en que vemos tantos jardines descuidados, tanta marchita flor, es un consuelo (inmerecido tal vez) descubrir cómo el jardín propio va creciendo gracias al puntual rocío de las mañanas y al persistente cuidado que las flores inspiran a quien ama la casa y la naturaleza. Hermoso espectáculo ver crecer a los hijos menores, atisbar cómo reanudan en el tiempo olvidadas costumbres de nuestra infancia. Oír en sus labios persistentes nombres de compañeros que, en el colegio, construyen también en conjunto la esperanza. Descubrir en sus cuadernos cosas ya olvidadas, e ingresar en sus libros en mundos para nosotros aún desconocidos. Mi jardín está hoy alegre, porque hay una flor que luce más esbelta, y asoma sus promesas al viento.

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