Cuando se oye decir que la ideología manda, comprendemos que se postula que la ideología tiene alguna responsabilidad en la conducta de las gentes. Es poder, en tanto es factor determinante de la conducta humana. Lo vemos en Irlanda y el Líbano. Lo vemos en torno a los palestinos. Lo vemos en el Río de la Plata con una persistencia alarmante. ¿Pero, hablando con rigor, qué significa mandar en estos contextos? Solamente dice qué tiene preeminencia, qué ocupa el primer rango a la hora de buscar explicación a los hechos. Eso significa también que puede penetrarnos de tal manera que terminamos por interpretar todos los hechos, la vida misma, a la luz de la teoría. La vida se encarga de probar la sinrazón de este comportamiento. Pero ocurre que las enseñanzas de la vida, con estar tan a la mano y ser tan de todos los días, no se asimilan con rapidez y a veces requieren el paso de varias generaciones. En lugar de darse en el ánimo de las gentes, suelen recogerse en los libros. Y se inicia un círculo vicioso: de los libros las recogen con vehemencia los que creen a ojos cegarritas en lo que los libros dicen, y de los libros las eliminan los que postulan que en los libros sólo yace la teoría, y que debemos buscar el ejemplo y la lección en la vida misma. Y usted lo sabe, amigo mío, muchos quijotes conoce usted por el camino, pero está usted convencido, al mismo tiempo, que ese fantasma es una invención de nuestro señor Cervantes.
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