¡Mi Señor Marqués de la Conquista! Esto que usted ve aquí, frente a la Catedral y a un costado de la Plaza, es su estatua ecuestre. No es el mismo caballo que se trajo usted de las Españas, porque poco repararon en él los historiadores. Está usted en lo alto, y en buen sitio (sitio apetecido por muchos, Marqués). Claro que la Plaza ha cambiado, y que no es importado ese olor: el cochifrito es de aquicito no más. Si sigue usted por esta calle tan llena de apresurada gente, tropezará usted con cosas que usted no presintió, mi señor, ni en sus peores pesadillas de Cajamarca. Esta otra es la Plaza de San Martín. No, no era español, aunque peleó en España. Su espada nos fundó la patria. Salude usted, don Francisco, porque le hacen venias allá en el Club Nacional algunos de sus empingorotados descendientes. Y véngase usted por Juan Simón, y verá algo no entrevisto en sus presentimientos de antaño. Esta mole de cemento es el Centro Cívico. Hemos abandonado el barroco, como usted ve. La está usted viendo de frente, pero es la misma cosa de perfil. Es el progreso, don Francisco. Sí, claro está. Todos vivimos como perro, pericote y gato. Pero tenemos a nuestro negro Martín.
Esta columna se publicó el 18 de enero de 1977, fecha en que se celebró el 442 aniversario de la fundación de Lima.
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