“¿Nunca habla usted en su columna del calor? ¿Acaso no se da cuenta que nos sofocamos? ¿O a usted no lo alcanza eso, Cisneros?”. ¡Amigo mío, ocurre que hace tiempo que vivimos sofocados, y no sólo es culpable el calor! Por un lado, los ambulantes, la suciedad, los teléfonos, los litros de leche perdidos porque el bicarbonato de soda la corta antes de que pueda ser el ansiado desayuno. ¿Por qué le va usted a echar la culpa al calor? ¡Ah, y los comunicados, y las declaraciones y las cartas al director, algunas de las cuales se centran en temas concretos frente a otras que se engolosinan consigo mismas! No, si las razones para que la temperatura marque treinticinco grados hay de sobra. Lo que ocurre es que eso no lo saben en Senahmi. ¿Y qué quiere usted que diga sobre el calor? ¿Qué desmiente los calores de antaño? ¿Qué se derechiza? ¡Pero, señor mío, si el sol surge por la izquierda todas las mañanas y se esconde por la derecha todas las tardes! ¡Pero vuelve a salir! Está en larga competencia con la luna. Y eso antes de que algún grupo surgiera para ser, en el espacio y en el tiempo, la salvación del Perú. No, amigo mío, no puedo hablar del calor. Me sofocaría más. Es más fácil luchar por los sofocos que nos causan los hombres y los engendros humanos, que por aplacar los mandatos de la naturaleza. No hay acción popular que pueda contra el calor. Ni acción individual. Como decían los españoles de pura cepa: sólo Dios basta.
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