Hoy nos llamamos a reflexión los cristianos. Sabemos que el mundo nos atrae sobremanera, y conocemos de sus pasiones y sus quimeras. La tentación está a la orden del día: el poder, el éxito, el dinero, para no hablar de la gran tentación internacional del soborno, que estraga la conciencia y siembra la tristeza y la incredulidad de los pueblos. Sobre el hombre que somos cada cual quiero reflexionar. Y para ellos imagino una conversación con nuestros hijos. Cuenta y razón de la vida profesional, de la vida familiar, de la vida cívica. No se trata sólo de saber si hemos incurrido en las formas escuetas de pecados prefigurados en los viejos catecismos de parroquia. Se trata de ver si dimos de beber y de vestir a quienes lo necesitaron, si condujimos con acierto al extraviado, si iluminamos con generosidad al ignorante, si hemos sembrado la alegría y la esperanza en la juventud, si no hemos defraudado tanto juramento vano que sembró ilusiones en quienes creían en nosotros. De eso se trata, amigo mío. Hoy, acá, apuramos también nosotros nuestro cáliz, en este huerto donde la soledad dibuja tanto rostro al que estamos endeudados. ¿Ha sido nuestra vida diaria una consciente entrega a los demás, o nos hemos defendido de ese deber tratando de salvarnos nosotros, a nombre del mismo Cristo que en verdad estábamos crucificando? ¿Qué hemos hecho de este hombre, cuya repetida semejanza con El afirmamos muy orondos, sin admitir que la semejanza postulada era total y no se quedaba solamente en la superficie?
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