Usted los puede ver por la calle. Salen en bandadas de las distintas academias de ingreso, comentan alegremente las incidencias de la jornada, sonríen satisfechos, están llenos de ilusión. Van ciertamente a la casa, donde les espera la rutina y la impaciencia: que si se sienten fuertes para el examen, que si estudian lo suficiente, que deberían tomar apuntes, que cuando jóvenes sus padres estudiaban más, que no deberían ir al cinema mientras preparan su ingreso, que patatín patatán. Y ellos, como si nada: siempre alegres, los ojos brillantes de contento, inseguros por dentro pero afirmándose rotundamente ante los otros, sin saber que de algún modo son el país de mañana. Usted los puede ver por la calle. Preparan su ingreso a la Universidad. Si usted los oyera hablar, descubriría usted una nueva dimensión de la angustia. Estudian todavía con ritmo escolar, y creen en libros a ojos cegarritas y repasan memoriosamente las formulas recién aprendidas, visitan la Universidad para descubrir en las caras de los otros cómo será eso que se avecina. Sin duda su hijo está entre ellos. Tal vez usted se preocupa más que él. Pero no lo aterre. No lo acose. Prepárese para escuchar. Y escuche confiado: después de todo, usted mismo ha sembrado lo que va a cosechar. Eso sí; deje que él lea confianza en su mirada, fe en sus ojos, certeza en la palabra.
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