¡Al gran pueblo argentino, salud! Lo repetí de niño varias veces, cuando aprendí el glorioso nombre del héroe de San Lorenzo y descubrí, con Sarmiento, que las ideas no se matan. Y aprendí a descubrir los eternos laureles en la vocación democrática de Rivadavia, el organizador de la vida republicana, así como reconocí en la obra de Avellaneda la segura preocupación por la instrucción pública. Salud, muchas veces, deseó mi corazón para ríos, pampas y cañadas por las que merodeó la canción. Laureles y salud para los brazos robustos de aquellos hombres rudos que lucían musculosos en los cuadros de Quinquela. Salud para los blancos delantales con que los niños agitaron su alegría por plazas y avenidas. Y para aquellas figuras como Bernardo Houssay y Ricardo Rojas, que fueron lustre de su Universidad y de su ciencia. Por todo eso que guarda mi retina infantil, salud. Y laureles para esta hora de prueba, que constituye también nuestra prueba, laureles por sobre los escombros, como en aquellas pinturas desgarrantes, pero triunfantes, de Raquel Forner. Hoy, 25 de mayo, formamos allá en la Plaza, junto a la escueta pirámide, para saber, con el pueblo, de qué se trata. Y para repetir: Sean eternos los laureles.
Esta columna se publicó el 25 de mayo de 1977, conmemorandóse un aniversario de la independencia de la república Argentina, país donde Luis Jaime estudió su secundaria y universidad.
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