Sigue en América el desconcierto universitario, y continúa la arremetida contra determinados cursos en el campo de las Humanidades. Frente a cursos estupefacientes que perviven, la mazorca alcanza a cursos que suscitan la preocupación y el interés. Todas las Ciencias Sociales sufren el embate, sospechosas como son (ante los ojos de tenaces inquisidores) de despertar las conciencias. ¡Como si el hombre pudiera engañarse porque le dan envuelto en papel de celofán lo que él sabe que tiene sabor a azufre! Pero no hay que desalentarse. La vida académica siempre logra salvarse de tanta estulticia. La vida académica está confiada a la reflexión, y a la postre ésta se encarga de volver las cosas a su sitio. Suprímase ahora las carreras, los cursos, las lecturas de todas estas disciplinas; motéjese a una y otra con los más conspicuos adjetivos: llegará la hora de la verdad, y el hambre será el hambre, los apóstatas serán los apóstatas, y el engaño saldrá a relucir de todos modos. En todas las latitudes, en todas las lenguas, sea cual fuere la ideología imperante, el hombre es libre. Y la Universidad continuará siendo una casa de libertad, si es que quiere ser una casa de formación. No desmayar es la consigna. El error será siempre hacer de todo ello un escándalo, porque es en la grita y la confusión donde triunfan los audaces. Quienes tienen la verdad esperan trabajando y creando. Llegarán antes que los otros, atareados siempre en su minúsculo y perverso afán destructor. Quienes persisten en la reflexión y en la investigación tienen el destino de la Universidad. Los otros durarán muy poco.
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