domingo, 24 de abril de 2011

Columna 150: El Maestro deja La Prensa


Los pregoneros de la Lima antigua eran nuncios de la buena nueva. La noticia iba y venía con el pregón. El manisero anunciaba, por ejemplo, la hora del declinar del día, cuando el barrio se recoge y cada uno inicia la reflexión. Esta columna se parece hoy a esos pregones. El manisero se va. Recorre esta última tarde las calles y el barrio que frecuentó estos dos años. Sonríe a quienes conoció, con quienes compartió sustos y esperanzas, y de quienes aprendió cosas nuevas. Se va contento, porque el barrio le ha enseñado mucho. Le ha enseñado, por lo pronto, que la gente puede convivir y crear el patio común en que se confundan expectativas diversas, voces distintas, gustos que mezclan el surrealismo audaz y el romanticismo temblecón. Se va contento porque la gente del barrio ha podido mostrar sin rubor su cabeza a pájaros. Porque la gente del barrio no tiene miedo de mojar la pluma. Y porque es verdad que para ello no necesitó otro estímulo que la fe en la buena intención de todo el mundo. No creer en fantasmas. No creer en aparecidos. Recoger el saber antiguo de que por dentro somos mejores de lo que por fuera parecemos. Para mostrarlo, sólo fue necesario dejar que en el barrio cada cual mostrase su propio corazón. Y está a la vista. Eso que usted celebra y ve es el fruto de esa revelación. Nada tiene que ver el manisero con todo esto, porque no se dejó poner anteojos para ver el barrio, y sólo se vino con su costumbre de mirar las cosas como son. No ha hecho nada el manisero para cambiarlo. Era el barrio así de franco, de limpio, de entero. Sus moradores querían únicamente comprobar que el manisero vendía maní fraguado en su propio brasero. El barrio luce tranquilo. Hay que reponer algunas luces en las esquinas, pero todos sabemos que hay calles oscuras en barrios más concurridos. El manisero se va, pues, y se va contento. Se va con gratitud por todo lo aprendido. Nuevos ejemplos para su vida docente, porque el manisero tiene también su secreto y le gusta enseñar. El barrio se poblará de sueños mientras tanto. En esa esperanza está también el lector, que se venía al barrio diariamente.

1 comentario:

  1. Como hemos indicado, Luis Jaime dirigió el diario La Prensa de 1976 a 1978, donde publicaba diariamente su "Columna del Director". Luego, entre 1982 y 1983 dirigió el diario El Observador, donde publicó diariamente su "Mi Columna". En ambos diarios, sus columnas eran de tipo "filosófico-sentimental" y casi como epistolarios, en palabras del mismo Luis Jaime.

    Esta es la última columna publicada en el diario La prensa, el sábado 4 de marzo de 1978. El Director se despide del barrio para regresar a las aulas universitarias de La Católica.

    Nosotros también concluímos esta presentación de sus columnas, sus primeras columnas, las que han sido su pasión y donde nos ha mostrado todo su pensamiento de humanista. Personalmente, estas columnas han sido, para mí, faros de luz que han alumbrado mi vida en momentos de oscuridad pasajera. ¡Y cómo han marcado mi vida!

    Hasta siempre, Luis Jaime, gran Maestro, gran pensador humanista. Publicando tus columnas espero haber correspondido en algo lo que hiciste por mí. Acá queda tu obra, inmortalizada, para conocimiento de los hombres de todos los tiempos. Lo quise, admiré y recuerdo como a un padre.

    ECH

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