martes, 8 de febrero de 2011

Columna 40: La ingenuidad infantil


Cuánto momento de ternura y de reflexión le debe nuestra vida a la ingenuidad de los niños. Y cuánto de alegría y de risotadas. Hermosa la ingenuidad infantil. Sabias siempre las criaturas. Un cable de Oregón nos cuenta cómo los niños de un jardín de infantes incursionaron en la vida electoral norteamericana. Elaboraron una lista de las tareas presidenciales. Con seriedad y ternura puedo enumerarlas. Salvar a las águilas, ayudar a los patos, proteger a las abejas, dar ropa a la gente, ayudar a la gente a no morir. Una gran inquietud humana, una vasta preocupación social. Nada de esto podría calificarse de político en la triste acepción a que nos hemos venido acostumbrando, pero todo podría calificarse de político si pensamos en el genio griego. ¿Qué habrían dicho los niños norteamericanos si hubieran tenido que enumerarse las tareas del ciudadano? Habrían, tal vez, conjeturado muchas de las que arriesgamos: amar al vecino, tener la ciudad limpia, cuidar a los hijos, escribir a los amigos, leer los periódicos, decir la verdad y, sobre todo, trabajar con alegría y entusiasmo para construir la felicidad de los semejantes. Ya sabemos que las tareas atribuidas al Presidente, por los niños norteamericanos, no son precisamente las tareas presidenciales. Desgraciadamente, también sabemos que si enumerasen las tareas del ciudadano que acabamos de anotar, tampoco serían precisamente éstas las que reconoceríamos como tales. Pero los niños son siempre el porvenir. Y dicen las viejas consejas que nunca mienten las criaturas: siempre dicen la verdad.

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