Los tres reyes, que hoy no tienen reinado discernible en los mapas, se acercarán a la criatura esta noche. Serán tres todavía, pese al actual descrédito de las monarquías en la tierra. Serán humildes, a pesar de la infatuada reyecía de algunos pueblos europeos. Será negro uno de ellos, porque entonces no había felizmente discriminación real entre las razas, y todos eran hermanos en el Señor. En el cielo la estrella repetirá el camino que los hombres aún ignoramos. Y estarán los animales domésticos que tantas estampas de la infancia nos han conservado. Y entre el heno y la paja, el niño sonreirá como todos los niños del Perú sonríen en sus cunas. Y velará la madre, como todas las madres velan. Y San José, el casto, el bueno, aceptará tanto homenaje con la humildad del pastor que empieza a cuidar un inmenso rebaño que cubrirá siglos y siglos. En algunas esquinas, habrá en los zapatos juguetes para quienes creen en los Magos. En alguna esquina morirá también algún sueño de mucha criatura. En la única esquina de aquella noche antigua convergieron mirra e incienso para proclamar una fe que ahora está perdida, guiados por una luz que ahora no alumbra, en busca de una paz que ahora nos falta.
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