domingo, 24 de abril de 2011

Columna 134: Suicidios de algunos escritores


Mucho me conmovieron en la infancia los suicidios de algunos escritores. La sensación que produjo en mí esa circunstancia no es fácilmente descriptible; sólo puedo hablar de un sabor pastoso en la boca, un frío desde el calcañar a las combas, y tal vez malestar y nausea. A pocos días de haberle gozado la voz retumbante en una conferencia, me di en la primera plana del periódico con el suicidio de Lugones. No pude comprender cómo había cabido la muerte en esa mole tan segura y arrogante. Alfonsina Storni, con cuya risa fresca yo había aprendido a regodearme en las tertulias familiares, se arriesgó un día y la playa devolvió su cuerpo encanecido; mi perplejidad no tuvo de dónde asirse aquella mañana, y no me atreví a verla. Ya en plena juventud, Stefan Zweig: le había estrechado la mano, a fuer de comedido, en una conferencia pronunciada en el Pen Club, y cuando aún me perseguía el frío húmedo de esa palma y los ojos tristes, el cable nos explicó cómo había muerto en el Brasil. Creo que fue mi primera pena “intelectual”. A partir de ese hecho, me dediqué a leerlo.

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