domingo, 24 de abril de 2011

Columna 141: Un árbol es como un hijo


Usted arroja la semilla en la tierra y espera que surja el fruto. Cuando el árbol se asoma, un rumor en la sangre le anuncia que hay entre usted y esa débil hoja un lazo fuerte y misterioso. Usted cuida luego a la planta con cariño; escoge la mejor hora para el riego, busca el abrigo oportuno. Hasta que ve al árbol crecer y empinarse resuelto en el bosque. Muchos podrán no reconocerlo, pero usted lo distingue con nitidez en medio de la poblada arboleda. El árbol se independiza de usted, y extiende sus ramas por gracia de su propia fuerza y se aventura a dar frutos por su cuenta. Y usted se enorgullece, amigo mío, porque ve repetir en el árbol los mismos gestos que usted (que era el sembrador) había venido atesorando sin saberlo. Usted me comprende, entonces, si de pronto le digo que el árbol es como un hijo que usted aguardó y cuidó, y a cuyo crecimiento asistió primero con ternura y cuidado, y luego con fundada esperanza. Y usted me comprende cuando no acierto a explicarle la desazón que en el corazón y en la razón se produce cuando el árbol se quiebra de pronto ante usted, que se ve impotente. Se quiebra cuando no había tormenta que lo hubiera mostrado frágil. Se quiebra cuando comenzaba a dar sombra con su coposo follaje. Cuando el sol anunciaba la aurora, y no el ocaso. Envuelto en ese fulgor repentino está ahora Paco Hamann, un muchacho a quien vi nacer y quise mucho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario